lunes, 11 de abril de 2011

de osos e interculturalidad

Yo, como los osos, me he pasado estos meses hibernando cuanto menos del blog. No ha sido una decisión premeditada sino más bien algo que ha venido dado por los acontecimientos.

En cualquier caso, estar a mediados de abril y que todavía haya nieve en las calles es algo que ya pasa de castaño oscuro. Es como una gracieta que de tanto recurrir a ella se vuelve de mal gusto (como los del PP pidiendo constantemente elecciones anticipadas, pues lo mismo). Y eso que me había prometido no hablar de política porque pensaba "ok, vamos a a retomar el blog para que al menos la gente sepa que sigues vivo por estos lindes", pero es que hay cosas que salen sin querer.

La verdad es que el semestre está siendo más durillo de lo que me imaginaba. Estoy a la espera de varias resoluciones y eso, por mi manera de ser, me consume toda la energía que me queda después de las clases, que tampoco es que sea mucha. A veces me pregunto ¿cómo puede ser que 5 horas de trabajo agoten tanto? y me acuerdo de mis años mozos cuando empalmaba 8 horas de curro después de salir de fiesta toda noche (maticemos en este punto: sin ningún tipo de estupefaciente). Al principio lo achacaba a la edad que, no nos vamos a engañar, ahí está avanzando pertinaz y sin alternativa alguna. Pero luego me di cuenta de que, dependiendo del tema de conversación que llevaba a clase, el agotamiento podía variar. Y es que, aunque sea agotador, vale la pena tratar temas controvertidos y en los que toda la clase se sienta implicada, aunque eso conlleve una sobrecarga de trabajo para el profe, que tienes que gestionar las intervenciones, coordinar los turnos de palabra y, sobre todo, tener mucho cuidado con que nadie se sienta ofendido ni atacado ni cuestionado por lo que piensa.

Es fascinante descubrir todo el acervo cultural que conforma nuestra forma de ser y de pensar y, en consecuencia, de valorar los acontecimientos. Alguien muy sabio dijo (y sigue diciendo, especialmente ante una buena copa de vino) que somos más de un 70% cultura. No sé si el porcentaje es exacto, pero sí que está claro que una gran parte de nosotros es nuestra cultura. Y siendo esto así, es muy normal que cuando dos culturas se encuentran los roces sean inevitables. Ahí entran las estrategias sociales, la capacidad de empatía, de entender al otro,etc. Este ejercicio lo hacemos todos en mayor o menor medida en algún momento: cuando leemos noticias sobre otros países, cuando hablamos con algún amigo extranjero, cuando viajamos sobre todo,... Ahora bien, vivir en un país que no comparte tu cultura, supone una constante ejercitación de estas habilidades. Es un entrenamiento sin tregua. Justamente de ahí puede derivarse ese "cansancio añadido" del que hablaba más arriba.

Aunque bien mirado, también podría tratarse simplemente de un cambio de presión atmosférica; que todavía estoy por adivinar como influye porque, de momento, no me he enterado muy bien de cómo va el tema.

En fin, simplemente quería dejar constancia de que sigo aquí. Que me acuerdo mucho de todo el mundo (especialmente ahora que me imagino a la gente tomando el sol...)

Por cierto, he descubierto otra de esas joyas lingüísticas que me dejan alucinado: en ruso es imposible decir "yo venceré" tal cual. Es cuanto menos sorprendente y tiene un punto romántico total: no puedes decir "venceré" pero sí puedes decir "venceremos". Ahora resulta que la consigna maravillosa de la Bola de Cristal "Sólo no puedes, con amigos sí", va a tener un correlato eslavo mucho más antiguo y, por supuesto, mucho más profundo.

Saludos a tod@s y gracias por estar ahí.

jueves, 24 de febrero de 2011

de reyes y conejitos solares

Después de varios días inmerso en papeles y más papeles (suerte que tengo tres o cuatro clases preparadas para casos de emergencia) y de deambular por países escandinavos (a eso llegaremos más tarde), he encontrado por fin un huequecillo para actualizar el diario-testimonio.

Lo bueno de espaciar las actualizaciones es que tienes muchas más cosas que explicar y que, cuando lo coges, lo haces con ganas. Lo primero y más importante, antes de que se me olvide: esta tarde han llegado nuestras majestades los reyes (no, los magos no, el que nos salvó el 23 de Febrero del 81 y al que le debemos estar agradecidos por el resto de nuestra vida por salir en televisión y limitarse a hacer lo que tenía que hacer. Es como si a mí todo el Estado me adorara por levantarme por la mañana y ponerme los calzoncillos debajo de los pantalones..¿? Bien, pues este señor y su mujer esposa, la reina). Mañana inaguran una exposición del Prado en Ermitage. Con todo el dolor de mi alma he tenido que declinar la invitación a un evento de tal magnitud, pues justo a esa hora tengo clase y el trabajo es el trabajo, eso lo sabe bien nuestro campechano monarca.

El encuentro que no me perdí, y que sospecho tiene más miga que el evento de mañana, al menos para mí, fue el que organizo la nueva vecina del bloque: la lectora de búlgaro, Dimitrinka. Es una señora de unos 45 años, con un desparpajo y un arrojo admirables, además de tener un derroche de alegría contagioso. Nos llamó a Anna y a mí para ir a cenar la semana pasada y conocernos todos los lectores que compartimos escalera y, inexplicablemente, nunca habíamos pensado en juntarnos para nada. Aparecimos allí con la fiesta ya empezada y sus miembras (homenaje a Aído) muy achispadas a consecuencia de una guitarra y, por qué no decirlo, de una botella de vodka medio llena y otra de vino prácticamente vacía.

Dimitrinka había preparado 300 empanadillas (si no más) de carne, requesón, col, y no sé cuántas cosas más. Allí nos juntamos dos españolitos, dos polacas, una búlgara y una rusa. La verdad es que la velada fue cuanto menos entretenida. A mí no deja de sorprenderme la cantidad cultura que y conocmiento que manejan las personas del este de Europa. Por supuesto habrá que no, pero todos los que yo me he encontrado (y van unos cuantos)tienen un conocmiento de Europa occidental que, tengo la sensación, nosotros no tenemos de Europa del este. Eso me hace pensar en lo predispuestos que estamos, casi diría que genéticamente, a mirarnos el ombligo constantemente, a valorar e interpretar el mundo desde esta perspectiva etnocentrista que nos impide, un la mayoría de ocasiones, reconocer la verdad del otro y valorarlo. Si no tomas conciencia de la existencia del otro, difícilmente podrás juzgarlo, y aun así lo hacemos. Y lo hacemos constantemente. No sé, es algo para darle unas vueltas, o quizá no.

A parte de eso, este fin de semana por fin hice mi primer viaje más allá de la universidad y los cuatro cafés y restaurantes a los que suelo ir. Estuve en Helsinki, Turku, Porboo y Estocolmo con un viaje organizado ruso en autobús y barco. Sí, el reto era importante, pero la prueba está superada. La verdad es que los países escandinavos tienen algo que me engancha. Por supuesto no es los 29º bajo cero con los que hicimos la excursión guiada por la capital sueca (lo más cerca que he estado de la tortura en mis 28 años de vida), tampoco es la afición casi enfermiza que tienen los finlandeses a beber cerveza (los pasillos del barco eran intransitables por la cantidad de cajas de cerveza que subían a bordo los adolescentes fineses). Para mí el atractivo de estos países es complicado de explicar. Son lugares en los que se respira tranquilidad, como si un orden suprahumano reinara en todas partes. Hay una sensación de orden y organización muy apacible (otros esto lo calificarían de aburrimiento tedioso), a mí en cambio me cautiva.

Espero este fin de semana poder poner dos o tres fotos que creo resumen perfectamente este viaje relámpago de 3 días al norte.

Antes de acabar quiero compartir uno de mis últimos descubrimientos lingüísticos en la eterna lucha que mantengo con este idioma. Para empezar, he intentado encontrar un equivalente en español y, de momento, no he encontrado nada. Se trata de солнечный зайчик (sólnechni záychik), literalmente "conejito solar", que se traduce por el soso sustantivo español de "reflejo de sol". Como véis, poesía de lo cotidiano en estado puro.

Hasta otro rato de relax y reflexión.

sábado, 5 de febrero de 2011

de ciervos y miradas inquisitivas

Hoy hace justo una semana que llegué de nuevo a Piter. Esta vez me traje en la maleta un cansancio y un desgaste mental inimaginable, producido por la tensión de los últimos días antes de la lectura de la memoria de máster. Al final, gracias al cosmos, todo salió mucho mejor de lo que esperaba y, justo en este momento, cuando empiezas a ser consciente de que ya está, de que se ha acabado, en ese mismo instante comienzas a reconocer el agotamiento que ha estado ahí presente todo el tiempo, agazapado, ahogado por la tensión y los nervios frente a cualquier evento de envergadura.

Además de cansancio, me traje también un gripazo de tres pares de narices que, claro, no tenía pinta de mejorar en el destino que tenía. Es evidente que nadie espera recuperarse de un resfriado en Rusia; así como nadie iría a kosovo para someterse a un trasplante de riñón (lo de Thaci da para una saga más oscura que Larsson). Junto a la gripe arrastré hasta aquí la sorpresa de la velocidad a la que corre el tiempo. Me estoy empezando a acostumbrar a asumir, casi con sumisión, que siempre me vendré con cosas por hacer. Hay algo que inexorablemente se queda en el tintero. Esta vez la lista no es baladí: la visita a mi amiga Silvia, un café con mis primas (varias) y mis tías(también varias), despedirme decentemente de mis dos abuelas y, no menos importante, sacarme las muelas del juicio. En fin, como digo, nunca llegas a todo y parece que es este mi sino.

Vuelves, más o menos con las pilas cargadas, y te reencuentras con tu vida. Una vida de en un momento dado dejas congelada en el tiempo y, sorprendentemente, al volver, todo está como lo habías dejado, con la única objeción de que tú no eres el mismo. Ahora te encuentras en la tesitura de articular estas dos verdades. Y en esa empeño es cuando empiezas a preguntarte cosas tan trascendetales, y al mismo tiempo insustanticales, como por qué estás aquí, qué sentido tiene y si realmente es lo que quieres...

Después de una semana, re-aclimatándome a mi barrio, he llegado a la conclusión de que sí es esto lo que realmente quiero. Me apasiona mi trabajo y vivir esta experiencia. Por eso estoy aquí y por eso me gustaría exprimir al máximo lo que pueda ofrecerme este país. Comiendo con la simpática canalla, entre las muchas sentencias que bien podrían llegar a ser apotegmas, me quedo con una de las más profundas y, como suele ocurrir a menudo, sencillas: "ser feliz es tan básico como estar donde quieres estar y hacer lo que quieres hacer". Pues eso.

Y, por añadir razones de índole más liviano, Rusia es un país en el que siempre están pasando cosas, o al menos esas es la sensación que muchos tenemos de esta tierra. Esto, para una persona como yo bastante dado al ostracismo, hace que incluso pasando el día entero en casa leyendo, tengas material para escribir sobre algo. Sin ir más lejos, ayer mismo, leyendo en la cocina, miré por la ventana y apareció una buena mujer paseando un ciervo por el parque. ¿En qué momento de tu vida decides sacar a pasear un ciervo como si fuera un fox terrier? La gente suele encominar la libertad que respiran ciudades como Londres o Berlín, en las que puedes ponerte un cartón de leche de soja por sombrero y nadie te mirará raro. Algo de eso tiene también Piter, pues la señora iba tan ricamente por el parque y la gente como si nada. Al mismo tiempo, y en eso seguramente ya sí se diferencia de las capitales europeas, cuando vas a comprar al super y te oyen hablar, la oleada de miradas es prácticamente inevitable. Una ciudad de contrastes, quizá ahí reside parte de su encanto.

Esto es todo por hoy, la semana que viene empiezo por fin las clases y, con toda seguridad, habrá novedades que trasladar a este rinconcito de la red.

Hasta pronto.