sábado, 5 de febrero de 2011

de ciervos y miradas inquisitivas

Hoy hace justo una semana que llegué de nuevo a Piter. Esta vez me traje en la maleta un cansancio y un desgaste mental inimaginable, producido por la tensión de los últimos días antes de la lectura de la memoria de máster. Al final, gracias al cosmos, todo salió mucho mejor de lo que esperaba y, justo en este momento, cuando empiezas a ser consciente de que ya está, de que se ha acabado, en ese mismo instante comienzas a reconocer el agotamiento que ha estado ahí presente todo el tiempo, agazapado, ahogado por la tensión y los nervios frente a cualquier evento de envergadura.

Además de cansancio, me traje también un gripazo de tres pares de narices que, claro, no tenía pinta de mejorar en el destino que tenía. Es evidente que nadie espera recuperarse de un resfriado en Rusia; así como nadie iría a kosovo para someterse a un trasplante de riñón (lo de Thaci da para una saga más oscura que Larsson). Junto a la gripe arrastré hasta aquí la sorpresa de la velocidad a la que corre el tiempo. Me estoy empezando a acostumbrar a asumir, casi con sumisión, que siempre me vendré con cosas por hacer. Hay algo que inexorablemente se queda en el tintero. Esta vez la lista no es baladí: la visita a mi amiga Silvia, un café con mis primas (varias) y mis tías(también varias), despedirme decentemente de mis dos abuelas y, no menos importante, sacarme las muelas del juicio. En fin, como digo, nunca llegas a todo y parece que es este mi sino.

Vuelves, más o menos con las pilas cargadas, y te reencuentras con tu vida. Una vida de en un momento dado dejas congelada en el tiempo y, sorprendentemente, al volver, todo está como lo habías dejado, con la única objeción de que tú no eres el mismo. Ahora te encuentras en la tesitura de articular estas dos verdades. Y en esa empeño es cuando empiezas a preguntarte cosas tan trascendetales, y al mismo tiempo insustanticales, como por qué estás aquí, qué sentido tiene y si realmente es lo que quieres...

Después de una semana, re-aclimatándome a mi barrio, he llegado a la conclusión de que sí es esto lo que realmente quiero. Me apasiona mi trabajo y vivir esta experiencia. Por eso estoy aquí y por eso me gustaría exprimir al máximo lo que pueda ofrecerme este país. Comiendo con la simpática canalla, entre las muchas sentencias que bien podrían llegar a ser apotegmas, me quedo con una de las más profundas y, como suele ocurrir a menudo, sencillas: "ser feliz es tan básico como estar donde quieres estar y hacer lo que quieres hacer". Pues eso.

Y, por añadir razones de índole más liviano, Rusia es un país en el que siempre están pasando cosas, o al menos esas es la sensación que muchos tenemos de esta tierra. Esto, para una persona como yo bastante dado al ostracismo, hace que incluso pasando el día entero en casa leyendo, tengas material para escribir sobre algo. Sin ir más lejos, ayer mismo, leyendo en la cocina, miré por la ventana y apareció una buena mujer paseando un ciervo por el parque. ¿En qué momento de tu vida decides sacar a pasear un ciervo como si fuera un fox terrier? La gente suele encominar la libertad que respiran ciudades como Londres o Berlín, en las que puedes ponerte un cartón de leche de soja por sombrero y nadie te mirará raro. Algo de eso tiene también Piter, pues la señora iba tan ricamente por el parque y la gente como si nada. Al mismo tiempo, y en eso seguramente ya sí se diferencia de las capitales europeas, cuando vas a comprar al super y te oyen hablar, la oleada de miradas es prácticamente inevitable. Una ciudad de contrastes, quizá ahí reside parte de su encanto.

Esto es todo por hoy, la semana que viene empiezo por fin las clases y, con toda seguridad, habrá novedades que trasladar a este rinconcito de la red.

Hasta pronto.

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